“Puedo ser emocional, pero no tengo sentimientos”. Son palabras de Erica, la primera robot del mundo que trabajará en un canal de información nipona.
La inteligencia artificial juega un papel cada vez más relevante en nuestras vidas. A pesar de que todavía queda mucho por desarrollar, múltiples organizaciones ya cuentan con aplicaciones, asistentes virtuales o sistemas de recomendación que emplean técnicas de procesamiento del lenguaje natural, computación evolutiva o machine learning para desempeñar sus tareas. Estos avances resultan especialmente llamativos en el ámbito del ocio: música, vídeo, redes sociales y otros servicios multimillonarios que generan gran cantidad de datos sobre los comportamientos de sus usuarios que son empleados para diseñar sus interfaces y personalizar los contenidos en tiempo real.
Una de las preocupaciones que suelen expresar los investigadores en torno a estos avances es la posibilidad (o incluso inevitabilidad) de que algunos sistemas de inteligencia artificial desplacen a sus homólogos humanos en tareas para las que tradicionalmente resulta necesaria la comprensión emocional y social. Al mismo tiempo, otros sugieren técnicas y teorías que deberían ser exploradas como fórmulas para generar empatía entre las “máquinas”.
La empatía emocional nos permite sentir las emociones de la otra persona a través de una cascada de canales no verbales como la expresión facial, el tono de voz y los gestos. Estos matices emocionales oscurecen las palabras del otro con un significado particular que podemos comprender gracias a nuestra empatía emocional.
En el cerebro anterior tenemos muchos circuitos diseñados para generar este vínculo automático, instantáneo e inconsciente con el cerebro de la persona con la que estamos interactuando; es como una especie de puente de tráfico emocional. Saber cómo se siente el otro en todo momento hace posible que todo lo que digamos y hagamos sea más preciso y esté mejor dirigido.
En la revista Forbes se afirmó: “De acuerdo con las investigaciones, la empatía es la habilidad de negocios más importante”. Las ventajas de una cultura empática son muchas y variadas, van del incremento de la innovación a mayor involucramiento, retención de talentos, sentimientos de inclusión y hasta un mejor equilibrio entre la vida y el trabajo.
¿Pero es posible que una máquina pueda llegar al punto de sentir empatía? ¿Cómo poder desarrollar la empatía en un entorno artificial? Proponen generar la máquina capaz de arrepentirse como primera solución, pero necesitan de un equipo de psicólogos y expertos que no sólo le hablen del problema racional sino también de las emociones.
Es decir, sugieren simular en un primer paso cómo somos nosotros los que nos arrepentimos, y acto seguido, aprender a sentir determinados eventos, emociones y arrepentimientos negativos que le ayuden a comportarse de la manera emocional ad hoc para evitar un desliz futuro; y lo que es más difícil, transferir este conocimiento a unos eventos similares en una problemática ligeramente diferente.
La generación de crowdsourcing es una fuente de oportunidades para poder implantarlo. Si cogemos un sistema de inteligencia artificial perfecto y fiable, conseguiremos mayor fiabilidad en este campo. La interacción con la empatía y moralidad en determinadas decisiones puede hacer que la inteligencia artificial sea aceptada o rechazada.
Sin embargo, como es de todos conocidos que ya se está trabajando en el desarrollo de la empatía artificial y sus aplicaciones en el ámbito de la asistencia a personas como en el diagnóstico de situaciones de riesgo social, como en la rehabilitación en el tratamiento de enfermedades asociadas con dificultades emocionales como los trastornos de ansiedad o el estado de ánimo depresivo, sería deseable disponer de protocolos de diseño que guíen al ingeniero en informática y comunicaciones en la inclusión de la empatía artificial.